“En la posguerra comíamos gatos y estamos a punto de empezar a volver a hacerlo” digo, como título

“En la posguerra comíamos gatos y estamos a punto de empezar a volver a hacerlo” digo, como título

jueves, 17 de julio de 2014

Andaba yo intentando definir la mierda cuando me cagó un pájaro.

Andaba yo intentando definir la mierda cuando me cagó un pájaro.

I. Intento de aproximación a algo escrito.

Me han querido decir rara, o así han acabado llamando, la chica esa un poco así.
El caso es que es importante decir que tengo un problema a la hora de comenzar a relatar algo, me pesan las muñecas, o los codos, o no tengo toda la capacidad adecuada en mis brazos como para no aplastar aquello que me rodea y, bien correr la tinta del bolígrafo, bien borrar párrafos como quien limpia cristales apurado por el fin de turno. Ensucio fácil.

Esto me pasa en general, por eso escoger un bolígrafo que me de el trazo preciso es toda una Odisea y un verdadero triunfo a la hora de conseguir alguna cosa. Curiosamente, escribir con los bolígrafos publicitarios  -lo que me duren- está siendo todo un descubrimiento.

Todo esto viene al hilo del artículo de Castra Castro, Trash-umanismo. El ya sido de una ilusión, cuyo trazo coincide -siendo el suyo correcto y limpio- con los impulsos que actualmente me quitan el sueño.

II. Irse por las ramas de manera inevitable.

En realidad no tienen nada que ver los pulsos. Sí, así de crudamente me desdigo en esta siguiente línea. Porque tiene que ver y en nada vista está la unión, salvo quizá en el ya ha sido de. El “ya ha sido de”. Quizá sólo en la titularidad del texto encuentro el impulso del ya fue.
Ya fue la suciedad y sigue, quizá es un sino que me acompaña. Quizá, quizá, quizás.

En realidad mi lugar de trabajo, sea cual fuere en el momento oportuno- aquí podría elaborar un catálogo de lugares itinerantes que a veces sólo lo han sido para estar, precisamente, solo, dígome sola por no disgustar- siempre ha sido un tránsito entre extremos, lindando paredes con la pantalla del ordenador, migas, clips, pinceles y toda una suerte de desechos múltiples que han dejado asqueado al más ducho en suciedades. Sí, yo soy aquella a la que se le estropea el ordenador porque tiene, curiosamente, un rabito de manzana en el ventilador y.

Y de eso quería yo hablar, del humanismo desatendido que aprueba de alguna forma onírica mis lugares. Mi instinto sigue siendo buscar el lugar limpio, en cambio será la mesa sin barnizar del bar aquella que, con su no brillo, demacrada y llena de máculas y desatinos de otros comensales, llame a mi ojo como lugar de disertación y absurdos, porque si algo trabajo yo es el absurdo.

Sería reiterar en exceso, y bastante es saber que pienso alargarme por encima de la lectura natural de cualquier ser-siendo, es decir, con sus tareas, sería -decía- reiterarme en exceso hablar de estos lugares específicos que finalmente han sido, y son, o en ello puedo convertirlos, momentos donde esparcir mis aperos -no me miren señores el bolso- y describir más o menos sabiendo qué o hacia dónde o, sencillamente, disertando así, como disidente de responsabilidades más reales.

III. Disculpas, esto trata de repugnancia.

Ahora que he perdido la capacidad de estar sentada y teclear durante más de diez minutos y habiéndome el capricho de la vida suprimido la paciencia y la revisión de lo escrito, sólo puedo pensar en términos de imágenes. Sea de nuevo pensarme, ya hemos dicho que este blog es una parte de un Ego Proyecto, ergo un hecho insoportable. (Y por eso uso un ERGO. Aquí cabe la arcada y la hartura del lector.)
Las cucarachas también lo son.
Lo son: una constante en mi vida y en mí. De hecho pareciera haber tragado un bote de ellas y estarme coordinadamente revolviendo la piel por dentro, dispuestas a abrirme y despuntar lo sucio.
Esto es una escena de una película, no me culpen del imaginario popular, basta con las bibliotecas para llenarse de eso. Del imaginario. Y de esto otro, de la buena y amable cucaracha, apreciada cuando lleva motor pero no tan amada cuando aparece cerca del lugar donde dormitas, comes, o rezas si es esa tu naturalidad. Porque se reza de rodillas, señoras.


De sobra conocida y comentada es la creación de la biblioteca Eugenio Trías, inaugurada hará ya unos veranos y cuyo defecto de fondos bibliográficos sólo es comparable a la popularidad que su emplazamiento céntrico y temático le reporta. Elementos gráficos de consulta hay de sobra en la red y basta con desempolvarse un poco el ánimo para rondar los alrededores y entrar- casi de visita según la disposición de los espacios- para observar que les ha quedado maravillosa, bonita, sí señor, vanguardista, rompedora, contemporánea, inaugurable por cien mil veces.
Ahora bien, y sin negar todo lo anterior, resulta que su mantenimiento, como en general adolecen los espacios públicos, deja algo que desear.
Si bien es el lugar idílico para todo aquel que guste de ser observado en sus quehaceres o crea que va a encontrar, por fin y ese era mi intento, el emplazamiento ideal para las letras, las artes, la lectura, no caerá sino en una gran equivocación.
Es una casa de cristal. Es una casa, sí, tiene libros sí, pero tiene todos los espejos. Es decir, le falta la intimidad, la alcoba, le falta la casa a la casa. Todos los espejos.
Y el también. Quién es quién y cómo.
Todos los reflejos.
Todas las barreras -esa información desapegada del sitio, esa cercanía de una biblioteca al uso, con su acumulación de sudor, todo eso que se da en cada lugar bajo la lupa de aumento-. Y allí, con esa amplitud, con esas maneras, crece enormemente el humano, en todas sus variedades y trascendencias hacia otras especies más o menos agradables que suelen, sin necesidad de que habiten fieras, exhibirse alrededor y dentro de nuestro gran pulmón de retiro, tan distinguido y necesario, la verdad.

IV. Conclusión: yo iba a ser y al final he sido. La debilidad.

Pero yo venía aquí a hablar de. Sí, venía a hablar de las cucarachas madrileñas. Pero será en otra ocasión, sencillamente me declaro de ocupación sucia, de llevar azucarillos que se rompen en el bolso, de manchar con mi torpe escritura el papel que quiere ser pulcro y quiere -siempre el papel- contar las cosas como se debe. Cómo.









V.Notas al pie.

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