“En la posguerra comíamos gatos y estamos a punto de empezar a volver a hacerlo” digo, como título

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domingo, 14 de diciembre de 2014

Lugares sin lugar para la vida.






I

El corazón estriado
envejecido con un latido arrítmico
desvalijado de hogar,
escarcha en los muebles rotos, los muebles sin cajones
estructuras inertes bajo la ruina.
Todo comenzó con las grietas en las manos,
las ramas creciéndonos grises,
ramas sin huésped,
los colores de las telas creando falsas paredes,
la ponzoña y el monstruo que mastica cristales rotos
que se clavan en la planta de los pies de nuestros niños sucios.

II
(...) las madres toman la fiebre en las manos(...)
Juan Carlos Mestre
El hombre tiembla, bebe, escoge y sin embargo
se llena las manos de tierra gris y en ella proclama su propiedad
escinde la tierra de la tierra
la delimita
como parte y corta su pensamiento.
Existen hombres que no poseen más que la vida y sin embargo
la llenan de cánticos, colores,
encienden las hogueras y se reúnen.
Hay madres que recogen con sus manos
las dudas de sus hijos,
sus llantos amenazados por el frío.
Hay personas sin casas, se vuelven invisibles, casi siempre las olvidamos.
Y existe esta enfermedad amarilla de tono insuficiente,
este hígado enfermo, estas paredes muertas y sin embargo
las estaciones se suceden.


III.
Las ratas olvidan un suave domicilio. 

Se esconden, las ratas sin memoria , su rabo rosa de piel tímida.
Roen cañerías, son lo inferior
de la casa, son lo inferior del cimiento, suministro de enfermedad.

Las ratas no presumidas, sin botones
sólo sus ojos rápidos, negros, vengativos.
Sólo su vocación de asco.


Las ratas huelen a amarillo de hospital de periferia,
a alcohol trasnochado, a agua de alcantarilla

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