“En la posguerra comíamos gatos y estamos a punto de empezar a volver a hacerlo” digo, como título

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sábado, 16 de agosto de 2014

Ellos

La palabra que contiene el diccionario es arroz y yo río con las manos llenas de sábados. Me ha dicho el camarero que los gitanos lo dejan todo muy sucio, acuden a visitar las cárceles en domingo, se trasladan con sus bocadillos de colores primarios y la furgoneta llena de normalidad porque han nacido en las cárceles y llevan enfrentando las verdades entre traslados desde antes de inventar el viaje, desde antes de traer la siembra. Yo los miro asombrada porque tienen ese corazón hecho de ramas donde nacen y llueven familias enteras y lo desmontan todo con la felicidad de la costumbre bien hecha, con la facilidad de desenvolverse en un mundo lleno de polvo y hacer sonar el pecho tres veces por encima de mi oído, y mi oído lo oye prácticamente todo y clava sus llantos en mi memoria y lloro ya avergonzada de mi estruendo de principiante y siento que qué derecho tengo a llorar si mi familia me cabe en la palma de una mano y entonces entiendo que la mano se fractura constantemente y me crecen hijos de confianza que luego me traicionan y vuelvo a no entender nada. Que manchan mucho y lo ensucian todo y luego nada se beben, pasan como un torbellino de ruedas desdentadas, trafican antes de entrar para ver al último que pasa allí sus noches y como lloran, que lo oigo todavía y pongo un río de trenes sonando al mismo tiempo, pero como lloran, enteros. Se desnudan y tienen todos una sonrisa desencajada. Se ríen y se lloran al mismo tiempo y yo me siento y los cuento pero siempre aparece uno nuevo tras la esquina y ni contabilizarlos puedo y ellas son tan grandes y tan pequeñas y llevan el extranjero reducido en sus pendientes y andan con paso lento y el miedo se va tiñendo.

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