He oído que hay niños que viven la cárcel sin conocer la
cárcel. Que la intención y el autoengaño los sobrevive, que cuando oyen la
palabra reclusa y comienzan a desperezar las letras para formar la palabra
penitenciario aún quieren creer que viven una historia diferente. Quiero pensar
qué viven realmente esos niños, si salen correteando como a un parque alejado y
lleno de detectores de huellas dactilares, dime niño si puedes con tu ansia
circular de vida llenar una habitación de visitas de historias del viejo
ártico, dime cómo puedes creer que eso es un médico especial, dime niño como
puedes aún sonreír, siendo tan viejo.
Qué es una reja para ti, si es tu costumbre. Visitar a tu
padre o a tu hermano, visitar a tu madre sin tocarla, comenzar a decir abrazo sin
dar abrazo, comenzar a bailar para ellos y su sonrisa, de dónde sacas la fuerza
para sostenerte en los engaños. Cuando vuelves a casa y ya no están ellos, por qué han elegido
ese sitio de verjas te preguntas, de puertas enormes que no se abren, dónde quedan los otros niños que te cruzas,
cuál es ese lugar donde lloran los adultos sin quererlo. Por qué debes esperar
junto con otros, a que se abra la puerta en el horario de visitas, ponerte
serio, cogerle la mano a tu hermano, que ya eres mayor, haz que se note.
Dime cuándo se te volvió el rostro color amarillo macilento,
cuándo aprendiste a guardarte la náusea para el recreo, cuándo comenzaste a
sustituir la risa por un silencio de muerto.
De esa inyección de mentira vive el padre, esa inyección de
contradicciones forma al hijo, mientras el tiempo pasa demoliendo los años, y
el niño se hace grande y el centro de trabajo no puede ser ya más un centro de
trabajo, la excursión ya no puede mantenerte inmerso en la alegría, las vallas
crecen por tres veces tu tamaño, y ahora las distancias cobran significados,
los funcionarios te han visto crecer y en cambio, parece que nunca te hubieran
visto.
Dime hijo de cárcel cómo se lleva nacer con el corazón pleno
de instancias, oír la palabra permiso sin ser tú el castigado, la dosificación
de los abrazos, la manera de crecerte a distancia de la sombra de tus padres.
Niño que no eres huérfano ni eres tú deudor de nada. Cómo crecer con el hueco
entre los sábados, como aguantar el domingo sin llenarte las manos a cabezazos.
Mantener un juguete sin morder, mantenerte de pie, cada mañana. Ir al colegio,
volver.
Y cómo es la cárcel desde dentro del interior de tu madre,
cómo sin la calidez del hogar, acaso es hogar la cárcel cuando lo habitan los
embarazos, se vuelve suave el aire, se redondean las aristas del rostro,
contagias niño sin haber nacido ya, la ilusión de lo nuevo, la esperanza de lo
otro, la conciencia de la vida por encima del encierro, bajo el cielo de
todos. Dime niño que creces cómo puedes
seguir haciéndolo, dónde dejas las raíces, dime que puedes volar al menos, de
habitación al patio, del patio hacia el extranjero, dime. Dime niño de hierro.
He oído también que naces con el número de pañales
racionados. Ni uno más ni uno menos. ¿Aprendes a adaptar tu mierda al
presupuesto?
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